La consagración del fracaso
El relato tradicional dice que la inmigración fue el gran salto cualitativo que dio el país. Pero al penetrar el fenómeno inmigratorio aparece la tragedia que la inventiva criolla convirtió en grotesco, un género teatral casi en extinción. La desgracia sonríe bajo la inventiva del gran Discépolo.
Por Ana María Oliver
La llegada al país de los inmigrantes de la Europa empobrecida, en su mayoría campesinos, con sus esperanzas, fracasos y desilusiones fue la gran fuente de inspiración de Armando Discépolo (1887-1971) para crear el grotesco criollo.
Hijo de inmigrantes italianos, Discépolo pudo indagar en el alma de aquellos que habían llegado “para hacerse América” pero que terminaron fatalmente perdidos en la vida o extraviándose en sí mismos.
A fines del siglo XIX se había conformado una estructura económico-social capitalista basada en el modelo agroexportador que no contemplaba la inserción del inmigrante como propietario de tierras sino como mano de obra que hasta entonces escaseaba en la joven república.
La falta de infraestructura necesaria para afrontar el vertiginoso crecimiento de la población, la miseria y el hacinamiento como resultado de esta política favorecieron la “mala vida”, reflejada por el teatro de este período, en su vertiente cómica, el sainete, pero con mayor profundidad se vió refllejado en el grotesco.
- Stéfano. Puesta en escena de 2003.
Durante 30 años el sainete porteño representó la instalación de los barrios bajos madrileños en los patios de los conventillos y suburbios de Buenos Aires hasta que fue desplazado lenta pero firmemente por el sainete criollo, y la calle o el patio de conventlllo, con su variedad de personajes, cambió por la pieza llena de familias amontonadas.
La presencia de lo trágico y la profundización sicológica que tuvieron su origen en el corazón del sainete, se convirtieron en los elementos inspiradores del grotesco. En esencia, ambos géneros teatrales encarnan el mismo fracaso humano y social del inmigrante, fracaso que heredamos los argentinos, y que se incorpora como otro de los rasgos de identidad nacional.
Inicialmente el término grotesco se usó para designar una forma de expresión artística que combinaba “lo deforme con lo sublime”.
Lo grotesco representa la parte material del hombre y lo sublime el alma.
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Igual y diferente
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La diferencia con el sainete es que la concepción de este es la de un mundo conformista, que toma las dificultades de la vida con superficialidad y no llega a herir la armonía social. La miseria no es medida como un problema socioeconómico devastador sino es idealizada. Aparece el personaje ingenuo, de sentimientos puros, sin trastocar el orden jerárquico o su moral tradicional.
En el grotesco, la presencia simultánea de lo cómico y lo trágico impide al expectador ubicarse en la tragedia o comedia, donde puede llorar o reir sin trabas. Por el contrario, el grotesco hará que la risa seá ahogada por la angustia o el dolor y sonreirá mientras llora.
Este género utiliza los mismos elementos que el sainete: personajes, tipos, lenguaje y ambiente, pero su dimensión es más trascendente. La sonrisa ante la desgracia, la repugnancia ante lo siniestro, la congoja o perplejidad ante un mundo que se desquicia mientras no hay de dónde agarrarse.
Ataca la moral impuesta, quiebra su linealidad, crea una fisura en la armónica comunión entre el hombre y la sociedad. Lo que lo hace tan particular es lo estremecedor e inquietante del estilo que gira en torno a la tensión entre lo cómico y lo dramático, lo bello y lo espantoso, fundiéndose en forma tal que el conflicto queda en una total indefinición.
El sujeto ya no existe como inseparable unidad, sino que se desdobla en el ser profundo (el rostro) y el ser social (la máscara).
La máscara o apariencia le sirve para poder vivir en sociedad y ocultar su verdadero rostro, su intimidad, pero no puede evitar que lo grotesco aparezca cuando la máscara y el rostro coinciden.
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Grotesco es el personaje, no la obra
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Es así que la pobreza cotidiana, la infelicidad, el delito y otras tantas desdichas son tan auténticamente actuales que constituyen el soporte de la memoria histórica, de la identidad cultural y de nuestro “ser nacional”.
El grotesco es el personaje y no la obra. Es el personaje quien termina precipitándose a la destrucción final, en una inevitable caída que en algunos casos es una renuncia a cualquier rasgo de humanización y en otros a la total devastación física o espiritual.
Desde su pieza de conventillo, los personajes y las situaciones revelan la complejidad humana, sus ambiciones y sueños, su inevitable destino.
El inmigrante se estrella contra la realidad exterior y fracasa, no encuentra su lugar en la sociedad, entra en crisis, una crisis que no lo libera sino que lo lleva al fracaso.
A pesar de que el trabajo es embrutecedor y las injusticias difíciles de sobrellevar por las miserias morales Discèpolo se burla de ese atroz grotesco que todos llevamos dentro y reemplaza el rencor por la sonrisa.
La apariencia de sus criaturas es generalmente grotesca, caracterizada como fantoches, un poco bestias, un poco muñecos, un poco hombres.
El lenguaje es un factor inquietante porque desaparece el aspecto pintoresco de la realidad que ya no es jocosa ni tampoco el ambiente de celebración.
Por el contrario son elementos que acentúan las contradicciones entre el ser social y el ser profundo o lo que es igual, la antinomia entre un exterior risible y un interior desgarrador. La comicidad y la tragedia opacan el sentimiento de seguridad, la risa se ahoga en medio de la angustia o el dolor.
Las clases altas de la época dieron el visto bueno al sainete pero no ocurrió así con el grotesco. La filosofía del sainete no interpela al status quo, los personajes siempre encuentran una respuesta tranquilizadora que permita recuperar la calma y reestablecer el orden interrumpido. En cambio el personaje del grotesco, abatido por la dudas y la inseguridad, cuestiona ese orden y la aceptación de la circunstancia reinante.
Hay una introspección: el hombre mira al entorno desde lo profundo de su ser, sofocado por el materialismo opresivo donde las capas más desprotegidas de la sociedad no tienen otra salida más que el delito mientras que los poderosos y acomodados trepan posiciones en busca de una apariencia de respetabilidad, donde el fin justifica los medios.
El grotesco desnuda la ruptura de la realidad impuesta desde arriba y muestra la brecha entre el contexto ético-moral que se invoca y la realidad social y económica del momento.
Si la ideología social, basada en una posibilidad de canalización de la expresión humana dentro de ella es falsa, su expresión dentro del mundo se vuelve grotesca.
Sus criaturas son la imagen de esos inmigrantes arrastrados por la promesa de una
tierra en donde todos los sueños son posibles, en donde el éxito es asegurado a través del trabajo honesto y el cumplimiento de pautas morales.
El destino se encarga de poner el contraste de lo destemplado, de lo ridículo, que anula la emoción con una crueldad amarga del fracaso.
En el escenario el clima se vuelve denso. No hay diálogo, sólo un monólogo existencial, la atmósfera se hace densa y la luz da paso a las sombras del interior doliente.
Fuentes consultadas:
Marchini, Liliana. El tango en el teatro. Entretelones de una época Parte I.
Marchini, Liliana. El tango en el teatro. Entretelones de una época. Parte II.
Discépolo-Cossa. El grotesco criollo.
Discépolo, Armando. Stéfano.
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