martes, 3 de febrero de 2009

TEATRO. El grotesco criollo
La consagración del fracaso

El relato tradicional dice que la inmigración fue el gran salto cualitativo que dio el país. Pero al penetrar el fenómeno inmigratorio aparece la tragedia que la inventiva criolla convirtió en grotesco, un género teatral casi en extinción. La desgracia sonríe bajo la inventiva del gran Discépolo.

Por Ana María Oliver

La llegada al país de los inmigrantes de la Europa empobrecida, en su mayoría campesinos, con sus esperanzas, fracasos y desilusiones fue la gran fuente de inspiración de Armando Discépolo (1887-1971) para crear el grotesco criollo.
Hijo de inmigrantes italianos, Discépolo pudo indagar en el alma de aquellos que habían llegado “para hacerse América” pero que terminaron fatalmente perdidos en la vida o extraviándose en sí mismos.
A fines del siglo XIX se había conformado una estructura económico-social capitalista basada en el modelo agroexportador que no contemplaba la inserción del inmigrante como propietario de tierras sino como mano de obra que hasta entonces escaseaba en la joven república.
La falta de infraestructura necesaria para afrontar el vertiginoso crecimiento de la población, la miseria y el hacinamiento como resultado de esta política favorecieron la “mala vida”, reflejada por el teatro de este período, en su vertiente cómica, el sainete, pero con mayor profundidad se vió refllejado en el grotesco.


  • Stéfano. Puesta en escena de 2003.

Durante 30 años el sainete porteño representó la instalación de los barrios bajos madrileños en los patios de los conventillos y suburbios de Buenos Aires hasta que fue desplazado lenta pero firmemente por el sainete criollo, y la calle o el patio de conventlllo, con su variedad de personajes, cambió por la pieza llena de familias amontonadas.
La presencia de lo trágico y la profundización sicológica que tuvieron su origen en el corazón del sainete, se convirtieron en los elementos inspiradores del grotesco. En esencia, ambos géneros teatrales encarnan el mismo fracaso humano y social del inmigrante, fracaso que heredamos los argentinos, y que se incorpora como otro de los rasgos de identidad nacional.
Inicialmente el término grotesco se usó para designar una forma de expresión artística que combinaba “lo deforme con lo sublime”.
Lo grotesco representa la parte material del hombre y lo sublime el alma.
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Igual y diferente
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La diferencia con el sainete es que la concepción de este es la de un mundo conformista, que toma las dificultades de la vida con superficialidad y no llega a herir la armonía social. La miseria no es medida como un problema socioeconómico devastador sino es idealizada. Aparece el personaje ingenuo, de sentimientos puros, sin trastocar el orden jerárquico o su moral tradicional.
En el grotesco, la presencia simultánea de lo cómico y lo trágico impide al expectador ubicarse en la tragedia o comedia, donde puede llorar o reir sin trabas. Por el contrario, el grotesco hará que la risa seá ahogada por la angustia o el dolor y sonreirá mientras llora.
Este género utiliza los mismos elementos que el sainete: personajes, tipos, lenguaje y ambiente, pero su dimensión es más trascendente. La sonrisa ante la desgracia, la repugnancia ante lo siniestro, la congoja o perplejidad ante un mundo que se desquicia mientras no hay de dónde agarrarse.
Ataca la moral impuesta, quiebra su linealidad, crea una fisura en la armónica comunión entre el hombre y la sociedad. Lo que lo hace tan particular es lo estremecedor e inquietante del estilo que gira en torno a la tensión entre lo cómico y lo dramático, lo bello y lo espantoso, fundiéndose en forma tal que el conflicto queda en una total indefinición.
El sujeto ya no existe como inseparable unidad, sino que se desdobla en el ser profundo (el rostro) y el ser social (la máscara).
La máscara o apariencia le sirve para poder vivir en sociedad y ocultar su verdadero rostro, su intimidad, pero no puede evitar que lo grotesco aparezca cuando la máscara y el rostro coinciden.
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Grotesco es el personaje, no la obra
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Es así que la pobreza cotidiana, la infelicidad, el delito y otras tantas desdichas son tan auténticamente actuales que constituyen el soporte de la memoria histórica, de la identidad cultural y de nuestro “ser nacional”.
El grotesco es el personaje y no la obra. Es el personaje quien termina precipitándose a la destrucción final, en una inevitable caída que en algunos casos es una renuncia a cualquier rasgo de humanización y en otros a la total devastación física o espiritual.
Desde su pieza de conventillo, los personajes y las situaciones revelan la complejidad humana, sus ambiciones y sueños, su inevitable destino.
El inmigrante se estrella contra la realidad exterior y fracasa, no encuentra su lugar en la sociedad, entra en crisis, una crisis que no lo libera sino que lo lleva al fracaso.
A pesar de que el trabajo es embrutecedor y las injusticias difíciles de sobrellevar por las miserias morales Discèpolo se burla de ese atroz grotesco que todos llevamos dentro y reemplaza el rencor por la sonrisa.
La apariencia de sus criaturas es generalmente grotesca, caracterizada como fantoches, un poco bestias, un poco muñecos, un poco hombres.
El lenguaje es un factor inquietante porque desaparece el aspecto pintoresco de la realidad que ya no es jocosa ni tampoco el ambiente de celebración.
Por el contrario son elementos que acentúan las contradicciones entre el ser social y el ser profundo o lo que es igual, la antinomia entre un exterior risible y un interior desgarrador. La comicidad y la tragedia opacan el sentimiento de seguridad, la risa se ahoga en medio de la angustia o el dolor.
Las clases altas de la época dieron el visto bueno al sainete pero no ocurrió así con el grotesco. La filosofía del sainete no interpela al status quo, los personajes siempre encuentran una respuesta tranquilizadora que permita recuperar la calma y reestablecer el orden interrumpido. En cambio el personaje del grotesco, abatido por la dudas y la inseguridad, cuestiona ese orden y la aceptación de la circunstancia reinante.
Hay una introspección: el hombre mira al entorno desde lo profundo de su ser, sofocado por el materialismo opresivo donde las capas más desprotegidas de la sociedad no tienen otra salida más que el delito mientras que los poderosos y acomodados trepan posiciones en busca de una apariencia de respetabilidad, donde el fin justifica los medios.
El grotesco desnuda la ruptura de la realidad impuesta desde arriba y muestra la brecha entre el contexto ético-moral que se invoca y la realidad social y económica del momento.
Si la ideología social, basada en una posibilidad de canalización de la expresión humana dentro de ella es falsa, su expresión dentro del mundo se vuelve grotesca.
Sus criaturas son la imagen de esos inmigrantes arrastrados por la promesa de una
tierra en donde todos los sueños son posibles, en donde el éxito es asegurado a través del trabajo honesto y el cumplimiento de pautas morales.
El destino se encarga de poner el contraste de lo destemplado, de lo ridículo, que anula la emoción con una crueldad amarga del fracaso.
En el escenario el clima se vuelve denso. No hay diálogo, sólo un monólogo existencial, la atmósfera se hace densa y la luz da paso a las sombras del interior doliente.


Fuentes consultadas:
Marchini, Liliana. El tango en el teatro. Entretelones de una época Parte I.
Marchini, Liliana. El tango en el teatro. Entretelones de una época. Parte II.
Discépolo-Cossa. El grotesco criollo.
Discépolo, Armando. Stéfano.
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TANGO. Tres siglos de lenguaje tanguero

Bien rebelde y criticón

La tanguería se insinúa siempre como un lugar de rebelión y resistencia. Desde su origen plebeyo, cargado de negritud acompañó el andar de los pueblos en su dificultoso peregrinaje a través de los primeros dos siglos de intento emancipador. Y es en la prosa, en la letra indómita donde alcanza su perfil más definido, porque el tango es protestón y corrosivo, no perdona en la crítica y es la voz de los que se la bancan en silencio.

Por Ana María Oliver






El tango escrito mantiene intacta su condición. A comienzos de 2000, el periodista y poeta Julio César Páez escribe “Fin de Siglo”, una arremetida contra la decadencia noventista que dice:

Muy cerca del ocaso/con paso vacilante/el siglo peregrino la ruta confundió/el siglo del progreso, eufórico y radiante/se arruga como globo que el tiempo desinfló/Nació con esperanzas y cánticos triunfales/con mucha inteligencia y poco corazón/y así lo destrozaron en guerras infernales/señores poderosos, borrachos de ambición/Filósofos y chantas lo quieren explicar/con ríos de palabras que zumban sin parar/ Un flaco comprensivo, que por aquí pasó/sin tantas alharacas…¡qué bien lo dibujó!...Revoltijo, compraventa/despelote universal…A partir del nuevo siglo/otra historia hay que inventar…”

Apunta Páez a un proyecto más esperanzador que el que ofrecen las circunstancias políticas, la acechante deuda externa o los avatares de la globalización que nadie entiende y por otro lado, el lenguaje callejero, espontáneo, como si fuese una proclama social que nunca es explícita pero que no deja dudas de su intencionalidad panfletaria. La poesía es fuente de reconstrucción del lenguaje, son los pueblos, no los académicos los que forman el idioma. Cuando en l944 se vetó oficialmente el lenguaje del tango, se prohibió la difusión radial de palabras no castizas, las letras corregidas viraron en el sentido del ridículo. Un ejemplo más que ilustrativo es la expresión HACELO POR LA VIEJA que resultó intolerable para la censura; el reemplazo obligado la transformó en de HAZLO POR MAMÁ. El pueblo se inclina por la simpleza, sin desdeñar la retórica directa cuando las palabras son capaces de punzar el alma y también acepta las figuras y admira las metáforas. Porque aunque el hecho de que la desigualdad y las crisis son universales, el lenguaje revela el camino más poderoso de identidad comunitaria, el reflejo indiscutible de la propia miseria y riqueza interiores, de las tensiones culturales que se viven en una nación. Ortega y Gasset en Meditación del pueblo joven y otros ensayos sobre América reflexiona : “Son palabras, señores, místicas ampolladuras incorpóreas que se desprenden de los senos del alma y en el aire vibrátil se quiebran derramando sus esencias de intimidad; ellas llevan a nuestros temblores sentimentales, particulares de nosotros mismos y quedan impregnando la atmósfera y hacen del aposento donde resuenan como una ampliación del propio ánimo. La palabra es confesión. Todo otro destino que se le quiere dar es sucedáneo o impío y el idioma siempre que aspira a la plenitud de su misión consistirá en un verter nuestra alma ajena intentando romper la terrible, radical soledad de los espíritus con que la vida social tan enferma de ficciones finge entre nosotros proximidades que en rigor no existen”. En “Sexto piso”, tango no muy difundido, de calidad poética y hondo contenido temático, Homero Expósito describe una sociedad mediocre, rutinaria, donde la mayoría lucha por la dura subsistencia, con un horizonte cercenado de esperas inútiles en medio de la sofocación de la selva de cemento y metal:

Ventanal, ventanal de un sexto piso/vos perdida, yo sumiso/ y esta herida que hace mal.../ Ventanal, y los hombres todos chicos/y los pobres y los ricos todos chicos por igual... Allí abajo se revuelven como hormigas/ mucha fatiga, pero mucha cuesta el pan/ Ventanal donde un lente permanente/televisa mi dolor por la ciudad. Solo/sin tu amor, tirado y solo vuelo/por las nubes del desvelo. ¡Ay! ¡Qué amarga sensación/ver que este infierno fue el balcón/de un sexto cielo! ¡No! No hay más remedio que vivir/ así apretado y pisoteado como en el suelo. Si tristeza/da al mediocre la pobreza, ¡cómo habrás sufrido vos/ ¡Vos, que tenés la misma altura que el montón! Ya no estás, ni es posible que te halle... Duele tanto tanta calle/ tanta gente y tanto mal/ que andarás con los sueños a destajo/ como todos, río abajo/por la vida que se va. No hay estómago que aguante este desprecio ni tiene precio que se tenga que aguantar... Ventanal, y esta pena que envenena ya cansado de vivir y de esperar.

La poesía sigue viva aunque la vida moderna quiere aniquilarla con sus temibles ejércitos del trabajo esclavo, el disciplinamiento informático y la servidumbre consumista. Pero la palabra poética se resiste a desaparecer porque contiene la experiencia de los pueblos. Muchas palabras fueron inventadas por letristas y comentaristas, y a través de la radio y los tangos fueron aceptadas por el suburbio. Se puede afirmar entonces que las letras de tango, a través de tres siglos diferentes, (fines del XIX hasta principios del XXI) reflejaron y siguen reflejando la actualidad del país, con sus vicisitudes y transformaciones.

Fuentes consultadas
Expósito, Homero. Tango Palabras.
Bordelois, Ivonne. El país que nos habla.
Ortega y Gasset, José. Meditación del pueblo joven y otros ensayos sobre América.
Páez, Julio César. Fin de siglo (tango).
Ulloa, Noemí. Tango, rebelión y nostalgia.