La identidad nacional es un campo de batalla para los argentinos. Hasta tanto no se reconozcan como propias algunas características que nos pertenecen no habrá de consolidarse una identidad. A lo largo de nuestra historia hubo quienes prefirieron dejar pasar el tiempo, que todo lo borra, y apostar al olvido para construir una identidad más civilizada. Un olvido que permita diseñar un país a imagen y semejanza de mentes lúcidas, soñadoras de un futuro diferente, sin rastros de vulgaridades autóctonas. Pero la memoria difícilmente pueda barrerse por decreto o por la espada y late en el silencio de los pueblos, incluso el nuestro que parece tan desmemoriado. Los esfuerzos por imponer el olvido y falsificar la identidad agravaron el desconcierto durante el estallido de diciembre de 2001. En ese momento muchos jóvenes y no tan jóvenes se preguntaban el por qué de la hecatombe. Confundidos, unos y otros, bucearon con timidez en la historia, en busca de explicaciones. La memoria, el olvido y la historia son elementos básicos de indentidad para comprender el presente. La identidad es presente y a la vez pasado, tan actual como la noticia más urgente y por eso desde Brutal decidimos transitar por la arena caliente de la identidad. La memoria es un puente hacia la identidad, es su herramienta. Y hoy seguimos debatiendo, con buenas y malas intenciones, si hay que olvidar o recordar, como si existiese un temor a encontrar en el espejo de la historia un rostro que nos disgusta. Pero los hechos están ahí, no hay forma de cambiarlos, sí seleccionarlos. Esa es la tarea: seleccionar aquellos rasgos que nos permitan construir un relato de la identidad argentina. Esta memoria, hecha de razones y pasiones, es la que nos mueve. Apenas una pequeña porción de la identidad grande que es el mejor antídoto contra los experimentos políticos y económicos que los argentinos supimos conseguir.