martes, 8 de marzo de 2011

Tango gauchesco


El gaucho matrero recupera su dignidad
en las estrofas de un tango casi desconocido


La rebeldía martinfierrista se proyecta hacia el entorno urbano en el tango El barbijo de Jesús Fernández Blanco. El espíritu del argentino, triste y sombrío, se manifiesta en el padecimiento del gaucho, que después de perder su libertad también pierde a su compañera. El amor y la resistencia a los poderosos se unen sútilmente en la poesía gauchesca y el tango canción.

Por Ana María Oliver
El cruce del gaucho con el entorno del tango parecería a simple vista una tarea poco menos que imposible. Pero el arte nacional también da para esa simbiosis folklórica, capaz de unir las expresiones más auténticos del cancionero y la música popular. Y es el tango El barbijo, escrito en 1924, que da cuenta del malabarismo poético e histórico al rodear de sencillas estrofas tangueras el ambiente del gaucho matrero. El tango gauchesco (letra de Jesús Fernández Blanco y música de Andrés Domenech) canta así:

Un gaucho bravo, flor de la raza/llegó a la tropa con su gateao/jirón sangriento de su coraje/con un barbijo se ve marcao.../ Un viejo zorro pregunta al gaucho/cuál es la historia del costurón/y el mozo altivo, mirar de tigre,/la historia cuenta, junto al fogón. La linda china/que está en mi rancho/un tal Carancho/me la envidió/Robarme quiso/la prienda amada/y en la trenzada/me la pagó... Los ojos pumas/brillaron fieros y en los aceros relampagueó/ !Marcó mi cara/con un barbijo/pero ni ¡hay! dijo/Cuando cayó...! El gaucho bravo, mirar de tigre/montó en su pingo color gateao,/y al despedirse les dijo a todos:No es por ser maula que me han marcao!/Si alguno duda de mis palabras, que salga y hable con el facón. ¡Es ley de criollos jugar la vida, cuando les tocan el corazón.

Bien podría ser éste el Martín Fierro desterrado y condicionado por los poderosos de la época, cuando se quebraron sus lazos íntimos con el mundo de paz, amor y trabajo. Injusticia que penetra más hondo que el aspecto político y social, y logra configurar un mundo fronterizo, personificado en la ausencia de sentido humano de los hombres cultos que sin conocer el país lo gobiernan. Nace la profunda rivalidad entre el gaucho y las autoridades, que representan un estado de desorganización organizada. Este es el mundo infernal en que le ha tocado sobrevivir y que le impidió moldear su alma, aunque sí logró ennoblecerla mediante el sacrificio, como víctima de una fatalidad de dimensión social. Auque padeció todo tipo de agravios, como peleador, vago, forajido que vive “fuera de las reglas y los poblados, que no se sujeta a ninguna autoridad, ladrón de ganado, haragán, licencioso en sus relaciones carnales”, en verdad fue arrancado de su ambiente y obligado a jugar un papel que no desea.
De la misma manera que la realidad juega con los hombres y los hace representar una biografía que no les pertenece. Pero lo cierto es que ese gaucho es un hombre de bien, según su propia confesión. Sus sentimientos abarcan el amor a la mujer y a los hijos, el cariño por el pago, una profunda melancolía por los bienes perdidos, y el impulso humanitarios y el sentido de la amistad que lo ayudan a soportar el martirio. El espíritu del gaucho que habita en la personas y en los objetos es un demonio telúrico que devasta y disuelve, que enemista y aisla, que aprende a pelear cuerpo a cuerpo y deja su mensaje de lucha, seguro y resuelto; jamás con miedo y sabiéndose fuerte y protegido por la inmensidad. Un implacable sistema de persecuciones impuesto en la campañas le impiden disponer de una mujer; no puede tenerla o retenerla debido a la distancia, que no es simbólica ni poética, es sideral. Así deberá recorrer leguas y más leguas para buscar a su prenda, hasta que la encuentra en el rancho entregada al capricho del milico, y deberá recuperarla como a la vida a punta de puñal. Escuchar tango El Abrojito, letra de Jesús Fernández Blanco

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Campesino de agallas ____________________________________________________________________________

Hubo quienes pretendieron definir a este hombre taciturno y sufrido como a un gaucho cuchillero de mil ochocientos setenta y tantos, pero el gaucho es el campesino, es el pobre, el trabajador sin oficio especializado, que se gana la vida en rebusques propios de la incipiente industria pastoril. Su orgullo se funda en el coraje, la altivez y firmeza, mientras sus palabras arrogantes imponen una superioridad sobre el común de los mortales. Hijo auténtico de la planicie interminable y muda, educado en la escuela de la naturaleza, al sur del río Salado. Desprecia a un tiempo la cultura urbana y al cantor letrado, aprendió a pelear por la existencia, sin estudio y con el manual invisible de la filosofía propia. El gaucho se asienta en la llanura, la zona donde dominan el gobernante y el cacique. Sus actos también oscilan entre uno y otro mundo, espera de la esperanza ante los atropellos de la autoridad, en un territorio indefinido, que se podría denominar “la tierra de fronteras”, a un lado, lejos, están los indios, al otro, lejos, los que gobiernan, legislan y juzgan. Pero el auténtico peligro lo representa el malón índigena. El indio y el gaucho son dos lejanías que flotan en esa línea divisoria sin arraigo material, sin moral que es la frontera. Se conforman así seres fronterizos, en un mestizaje de costumbres más que de razas. De regreso de la frontera y cuando Fierro termina su experiencia de milico al servicio de fortines, comienza la aventura desertora y matrera y se refugia en los montes para refugiarse del padecimiento y la persecución. Desde allí se atreve a relatar los “males que conocen todos/pero que naides contó.”
Aunque algunos autores ven en el Martín Fierro determinado momento histórico, una mirada un tanto más aguda podría ver el espíritu del argentino, triste y sombrío. Llegado al punto de encuentro entre la psiquis áspera y hostil y la otra, mansa y servicial, el gaucho acorralado y cansado por el castigo y la explotación ambiciona recuperar su antigua libertad aunque lo espere la pampa solitaria que aplasta los cimientos del alma. Y llega su decisión más trascendente: antes de partir al desierto decide no cantar más, renuncia al bien más preciado. Más que el camino del desierto siente la angustia de muerte, se despide de todo cuanto ha querido y en medio del dolor insoportable golpea al instrumento, lo hace astillas contra el suelo. “Ruempo, dijo, la guitarra, pa´ no volverme a cantar; Ninguno la ha de tocar, por seguro teganló; Pues naides ha de cantar cuando este gaucho cantó”.
Al fin, la filosofía moral de Fierro permanece incontaminada y sus declaraciones con un fondo de amargura y un sentido de lo inevitable justifican sus actos de violencia que cubre con un perdón sin límites, cualquier desvío.
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Fuentes bibliográficas

Jauretche, Arturo. Los profetas del odio.
Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo.
Martínez Estrada, Ezequiel. Muerte y transfiguración de Martín Fierro.