viernes, 9 de julio de 2010

TANGO - Atorrantas y princesas

La redención femenina

Atorrantas, princesas y simuladoras

Durante las primeras décadas del siglo veinte la mujer tenía escasas opciones para escapar a la miseria. Muchas tomaron el atajo de la prostitución. El poeta tanguero Celedonio Flores en Canción del Arrabal describe el recorrido de la piba ilusionada: primero se enamora del proxeneta, después vive el lujo y al final la cruel decadencia. Diferencias entre profesionales criollas y extranjeras. Cómo impactaban las corrientes migratorias en el comercio carnal.

Por Ana María Oliver

Ser honrada o sobrevivir, eterno debate simular o disimular y después buscar la redención en el comercio amoroso. Puede ser la historia de una pebeta anónima, de una muchacha pobre de Buenos Aires nacida entre las sombras de un conventillo con patios iluminados a kerosén donde la congoja se prolonga toda la vida en medio de un caos que va y viene. La meta es escaparle al cambalache de la desocupación, la borrachera, las enfermedades, la mishiadura y el desamparo, que se cuelan como habitantes invisibles en el hogar de abuelos, hijos y nietos.

Entre el hacinamiento de los que viven sin intimidad aunque unidos por un amor triste y al mismo tiempo alegre, con obreros que estudian música y malevos convertidos en héroes Celedonio Flores supo apretar la letra de un tango. En esa geografía de privaciones y silencios, frente a uno de los tantos conventillos de Villa Ortúzar, el poeta imaginó los primeros versos de Canción del Arrabal. Escuchar atenti pebeta (http://www.youtube.com/watch?v=eCOy32CeTgk)

¿Cómo hacía una mujer para abrirse paso en ese mundo cerrado y hombruno? En Canción de Arrabal la chiquilina ha intuido la realidad, ve que la vida se va, se va y no vuelve. Sueña y sueña, y el sueño le indica el camino de la bacana*, de la vida lujosa y distendida. Pero el itinerario desemboca en el ultraje, en la castidad derrotada, como si fuese un acto de desprecio de sí misma, porque ninguna mujer gusta de ser poseída si no tiene una razón de amor o de odio profundo.
Adiós a los padres trabajadores, al novio decente y a los ideales románticos del suburbio. Su meta ahora es el varón poderoso, saco y corbata, capaz de acomodarle en el mundo del amor sombrío o en el bullicio del triunfo. Porque el sacrificio y el trabajo de toda una vida premian con la honradez pero exijen un precio demasiado alto. La virtud que dejó atrás se quedó con la miseria, la humillación y el embrutecimiento.
En ese Buenos Aires del siglo veinte, que es un manicomio cargado de belicosidad y provocación, arrasan los inmigrantes analfabetos, huérfanos de aliciente femenino, europeos de todo calibre sin preocupaciones estéticas que creen venir de paso por estas tierras hasta que la quimera fracase y se vean anclados en este universo sórdido, raso y gris.
Si dar el mal paso es llorar el ultraje, es vivir mil horas de angustia, es convertirse en mujer placer, expansiva y alegre, disponerse a las bromas y a las caricias de extraños, a cambiar de carácter y de nombre y a vaciarse de sí misma.
Entre tanto terror a los rufianes y bajo la sensación aguda de miedo colectivo ella se mueve por las calles con ternura y rencor, simulando ser la flor de fango a merced del rufián que busca una ¨mina p´al bulín¨ para ser contratada en el cabaret.
La desproporción entre la población criolla y extranjera provoca malestar y gran irritación entre los criollos, se sienten disminuidos pero no admiten quedar relegados en la práctica amorosa y buscan la salida a sus deseos naturales en el prostíbulo, el permitido o el clandestino.
Y entonces, en el ministerio de la mala vida, el compadrito se hace cafiolo. Se importan de Europa y hay que competir con las esclavas de afuera. Las preferencias se inclinan por las alemanas, se las considera veteranas prácticas en el oficio, tienen otra psicología, son más aguantadoras.
En cambio la pebeta es distinta. La criolla tiene rasgos de nobleza que las extranjeras no tienen, pero para seguir en carrera deben superar a la cocota (cocotte en francés), la francesita de alto vuelo y embellecerse hasta la obsesión.
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El amor y el espanto
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Dentro del prostíbulo las mujeres despliegan sus encantos a persiana cerrada, para ocultarse y ocultar a sus clientes mientras el farolito amarillo de la entrada titubea a modo de señal: la casa permanece abierta hasta la una de la madrugada.
Un fuelle se queja desde lo profundo y mezcla desesperanza con voces de latitudes extrañas en medio de un aire espeso que viene de las piezas. Allí las minas yugan en la cama y añoran al macho de agallas que las aparte del peligro latente de ser devoradas por el primer tiburón que aparezca por ahí.
El trabajo es duro y las ganancias escasas. Cada una recibe siete u ocho visitas por noche pero aman a sus canfinfleros* aunque de vez en cuando les acomoden un sopapo bien pegado. Las fajan como demostración de hombría. Pero aún así el mundo de las tristes tiene bondades, extrañas lealtades y hasta heroísmos.
En cada cita de besos la pebeta busca asegurarse un futuro y al mismo tiempo encontrar el amor verdadero. No cae en lo abyecto por el simple afán monetario como hacen las extranjeras tan proclives a practicar la pasión homosexual por la única razón de testimoniar el rechazo por la tiranía masculina.
Pero en el oficio, la criolla es igualmente profesional. Por la noche, a la hora de atender a los queridos, la pebeta arroja sobre la cama su cuerpo desnudo, sin estremecerse y se entrega con la glacial sensación de un cadáver. No tienen sexo. Pero cuando llega alguno que le hace recordar su condición de mujer, echa su cabeza hacia atrás con los labios trémulos, anhelante todo su cuerpo y se abandona entera, cual sierva que besa las manos que la flagelan.
Y enfrente, en el salón de baile están la ramera y el ladrón que cantan a esa hora el himno eterno de los vagabundos sin casa.
¨Pero un día no habrá disimulo. Su primavera se derrumbará como la arquitectura de una flor; le huirán todas las miradas y se le negarán todas las sonrisas; las noches alegres le volverán sus espaldas y a puntapiés la música la arrojará de su loco reinado; entonces volverá al suburbio, y será en una tarde con olor a aguas muertas. Y cuando al fin descienda la lluvia de sus ojos, su voz de muchacha cantará en algún patio¨
Esa es la mujer del tango, que vive como el alma nacional, como la esquina rosada, como las calles sin luz, los faroles languidecientes, el conventillo, como el varón maltrecho que abandona la lucha y en remanso del tango queda solo y espera.

CANCION DEL ARRABAL
Por Celedonio Flores

Desde lejos yo te manyo/pelandruna abacanada/que has nacido
En la miseria/de un casucho de arrabal/hay un algo que te vende/
Yo no sé si es la mirada/o tu cuerpo, acostumbrado a las pilchas
de percal/Ese cuerpo que hoy se marcha/los compases tentadores/
del candombe de algún tango/en los brazos de algún gil/mientras noto
tu silueta y tus trajes de colores/entre el humo de los puros y el champán de Armenonvil/Son mentiras, no fue un guapo/haragán, ni prepotente/ni cafishio veterano/que al vicio te largó…

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*bacana: mujer adinerada o que simula serlo, amante del bacán
*canfinflero: proxeneta

Bibliografía
La mala vida, Ernesto Goldar
Tango, rebelión y nostalgia, Noemí Ulloa
El tango, mito y esencia, Tulio Carella
Adán Buenosayres, Leopoldo Marechal
Genaro, Francisco Sicardi
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