Para los diarios, el 24 de marzo no hubo golpe
Los diarios nacionales conservan un pasado rico en actitudes golpistas. Bajo el cristal opaco del objetivismo supieron ocupar su puesto en la lucha por la libertad. Los proclives al militarismo político tuvieron su trinchera en La Razón, el intelectualismo reflexionó desde La Opinión, el racionalismo económico dio cátedra desde Clarín, la defensoría de los más afortunados se estableció en La Prensa y la expresión librecambista reafirmó su doctrina desde La Nación. Analogías con los diarios de hoy.
Por Daniel Guillermo Gutman
La serie histórica de golpes de estado en la Argentina (1930-1976) además del protagonismo de las fuerzas sociales operantes contó con el apoyo calificado del periodismo. Ciertamente las expresiones periodísticas favorables a los sucesivos quiebres del orden constitucional no habían sido unánimes hasta 1976, año en que la fila completa de la prensa dio el presente respetuoso a los usurpadores. Viejos maestros del arte golpístico como Laíño o Timmerman -entre muchos otros- derramaron su experiencia en memorables piezas periodísticas al servicio de la causa procesista. Los meses previos a marzo del 76 fueron de intensa prédica en dirección al golpe, minimizando o caricaturizando los intentos de salida política, con una colección de editoriales y comentarios apocalípticos que agrandaban las calamidades del momento. El desmanejo de Isabel Perón, la interna sindical, la guerrilla, la inoperancia parlamentaria, el descontrol inflacionario solo podían remediarse mediante un milagro o por la intervención de los salvadores de la patria, representados por el partido militar.

A más de 30 años de los hechos cabe aclarar que la prensa tenía por entonces una influencia notoria en la opinión pública por tratarse de una sociedad altamente politizada que consumía diarios en niveles sin precedentes. Los diarios habían cobrado un protagonismo social y político que jamás volverían a tener no sólo por la expansión informativa de la televisión sino también por el comportamiento durante el período dictatorial. Porque si bien la censura y la amenaza económica imperaron en aquellos tiempos, las adhesiones variaron del rango de resignadas hasta las más cálidas y aún las eufóricas. Si se repasa a vuelo de pájaro el comportamiento de los principales actores mediáticos puede verse a Clarín desplegando en tapa del 24 de marzo un titular casi publicitario: NUEVO GOBIERNO, lo que podría connotar una situación refrescante, innovadora, modernizante. Pero en la bajada acudió a un lenguaje mucho más feroz donde explicaba la caída en razón de la crisis moral del gobierno depuesto. Los editoriales de los días previos avalaban sin ambigüedad dicha tapa haciendo hincapié en la debacle económica que se explicaba por el agotamiento del modelo “estatizante y populista” del peronismo histórico que debía ser superado por otro –el desarrollismo frigerista- si quería evitarse el derrumbe institucional inminente. En el editorial del 17 de marzo Clarín apeló una vez más al discurso catástrofe observando que “la Argentina se desliza hacia abismos más profundos aún. Es hora pues de detener la caída”, mientras que en una columna del día siguiente, La hora de la verdad, el comentarista desestima el plan económico propuesto por el ministro Mondelli y sin empacho proclama que “el llamado a la defensa de las instituciones resulta desprovisto de sustancia al estar referido simplemente a su epidermis formal (...) las instituciones están amenazadas por el derrumbe de un sistema económico agotado y no podrán ser salvadas si no se ataca de frente al fenómeno con medidas que tengan efectiva relación con las causas que los producen”. Las semanas siguientes al golpe no alumbrarían tal contundencia y cuando el 1º de abril el gran diario argentino publica en su totalidad el Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional, no emite comentario ni valoración alguna y, peor aún, el 22 de abril, en tapa, bajo el título El gobierno y los diarios anunciaba para el asombro que la “rígida censura impuesta el 24 de marzo duró sólo 36 horas” marcando un “retorno a la normalidad en todos los órdenes”. De esta manera Clarín iniciaba la etapa más mediocre de su existencia. El caso del vespertino La Razón limita con el histrionismo periodístico en virtud de su pasión por el ascenso

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Extirpar la semilla de la tiranía
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Si se entorna la mirada hacia uno de los hermanos mayores de la gráfica nacional, el más que centenario diario La Prensa, su postura resulta previsible. Expropiado en 1951 por el gobierno peronista y puesto en manos de la CGT, era un enemigo natural de cualquier peronismo, más aún cuando esa corriente política tiene la osadía de ocupar la Rosada. El golpe del 76 -por el cual trabajó el diario al instalar en el debate público la sensación de estado terminal del país- produjo gran alivio dentro de la redacción por el temor constante que existía, desde la asunción de Cámpora en 1973, al cierre del medio, la expropiación, la represalia económica o la voladura por los aires, bomba mediante. El trabajo periodístico por el golpe contó con la inestimable exacerbación discursiva de sus editoriales donde descargaron más odio que argumentos. Así puede leerse la denuncia catastrófica por el destino del dinero del estado nacional junto con la prestación ineficiente de los servicios público

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Junto al general demócrata
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El diario de Timmerman encierra la tragedia y la paradoja. La Opinión hizo un trabajo diligente en pos del golpe. La supuesta existencia de militares democráticos representados por Videla justificaban ese apoyo para terminar de una vez con el caos peronista y reinstalar al país en el sendero de la racionalidad. Meses después Timmerman sería víctima de la racionalidad militarista al caer secuestrado y sufrir la tortura en carne propia. Afortunadamente la acción internacional lo salvó de integrar la lista de desaparecidos y una vez blanqueado (puesto a disposición del Poder Ejecutivo) se le retiró la nacionalidad y debió exiliarse. El destino del empresario periodístico llevaba la marca de la tragedia toda vez que Timmerman “complotaba abiertamente con los jefes militares para derrocar a Isabel Perón (...) la redacción estaba infiltrada por los agentes de los servicios de inteligencia militares” y su postura lo había llevado involuntariamente a asomarse a la interna militar. A partir de marzo la campaña de prensa de La Opinión recrudece desde el artículo editorial (2/3/76) que pone de relieve la figura de vacío político por el desgobierno, la parálisis legislativa y la crisis económica. La solución recorría clásicas expresiones de la serie golpista que asoló al país (1930-76, se exceptúa el alzamiento de 1943, una suerte de golpe del golpe, que dio por tierra con la continuidad fraudulenta de la Década Infame) como “la obligación moral de las Fuerzas Armadas para evitar la desintegración (...) puede tocarles tener el poder no para conq

Golpismo transparente
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La Nación inició su tránsito golpista con cierta morosidad. Recién el 6 de marzo abandona a medias su prédica velada a favor de un corte del ciclo democrático y en uno de los editoriales apuesta por un nuevo orden republicano. La coyuntura política no podía ser peor para la inteligenzia del diario ya que “la crisis destruye el prestigio externo de la República y deshace el aparato productivo del país” pero la circunstancia sólo anticipaba un nuevo porvenir porque “el día a partir del cual se geste una política vigorosa y coherente de auténtica recuperación nacional (...) habrá comenzado un período prolongado de nuevos sacrificios, aunque necesariamente esperanzados, en nuestra capacidad de reacción.” El 19 de marzo la posición del diario es más transparente, ataca por el lado de la política económica y en un comentario editorial Coincidencias políticas para un programa económico tira sobre la mesa discursiva el repertorio liberal completo. Allí explica a sus lectores que la única alternativa para un programa económico –que por esos días alumbraba desde el gobierno- era un plan ortodoxo que incluyera la aprobación de una ley de presupuesto y una ley impositiva que fueran potables para el FMI y destrabe así un préstamo ya acordado. Desde luego el plan salvador debía restringir el gasto público y congelar vacantes en la administración ya que el aumento en la planta de la burocracia pública distorsionaba el mercado laboral por la incidencia del desempleo oculto, debían sincerarse los niveles de empleo. Respecto de las empresas públicas, si bien reconocía un equilibrio en su gestión por los recientes aumentos tarifarios, consideraba necesario devolver al sector privado muchas de las actividades que estaban en poder del Estado. Por último era menester un sinceramiento de precios y salarios para encauzar la economía por los cánones naturales, es decir hacia políticas de mercado puro. Si esto no se hacía de una vez por todas, hablar de una salida a la crisis sería ficción. En realidad, desde mayo del 73, el diario mitrista venía cargando contra la política económica que llevó adelante el ministro Gelbard. En particular se apuntaba al “avance de las regulaciones estatales sobre salarios, precios, crédito, comercio exterior y política cambiaria.” Pero a partir del 20 de marzo, las tapas de La Nación resultan más elocuentes por el uso de noticias seudopoliciales en la portada, algo poco frecuente en la edición de un diario reputado de serio al menos para el criterio de la época. Bajo el título Fue repelido un ataque extremista se daba cuenta de un hecho no confirmado en forma oficial, de la que sólo se habrían recogido versiones entre testigos respecto de un tiroteo entre supuestos extremistas y personal de Gendarmería, con un saldo de tres soldados heridos y la captura de “una bandera de un grupo subversivo que opera en la selva tucumana.” El 22, siguiendo esta línea, inicia una serie de noticias seudopoliciales originadas, todas ellas, en la ciudad de La Plata. Las tapas del 22, 23 y 24 dan cuenta de enfrentamientos de supuestos extremistas con personal policial en adyacencias del bosque platense, siempre de noche, sin víctimas de uno u otro lado y plagados de imprecisiones y versiones sin confirmar. Recién el 24, en la bajada de En La Plata la acción terrorista fue dominada dice que “habrían muerto 14 extremistas”. Pero retomando la función editorial y la empinada acción discursiva de los días previos al golpe, los editoriales de tapa desestimaban las expectativas sobre una posible solución de la crisis. Tanto el artículo La multipartidaria depende aún de algunas respuestas que se extendía en la falta de un acuerdo político concreto como en La búsqueda de acuerdos para hacer viable un plan económico donde insistía con la austeridad económica y un acuerdo general para “terminar con los mitos económicos de los últimos lustros” significaban en la visión del diario un claro mensaje de inviabilidad dentro del dispositivo constitucional. Si quedaba alguna duda La Nación se ocupó de disiparla al día siguiente en Escepticismo por el proceso en el ámbito parlamentario. Dicho artículo de tapa traía a cuento las expresiones de Ricardo Balbín, tiempo atrás, cuando declaró “no tener soluciones” luego de reunirse en el Congreso con legisladores radicales para describir la encerrona en la que se hallaba también la bancada oficialista frente a “la inminencia de un desenlace” y estar convencido de que “la instancia legislativa se había agotado”. El desenlace estaba a la vuelta de la esquina y, en la misma tapa bajo el título FF.AA.:jornada de expectativa, se consignaba el mutismo de los mandos militares pero la certeza y la esperanza resumidas en el párrafo final del artículo: “Es evidente que en las instancias actuales las Fuerzas Armadas no podrán quedar marginadas de una participación que, puede predecirse, habrá de ser decisiva en las próximas horas.” El 24 la direccion del diario respiraba aliviada y daba muestras de apaciguamiento informativo, y a todo lo ancho de tapa (primera edición) saludaba con Es inminente la asunción del poder por las fuerzas armadas mientras que en la bajada un austero Los comandantes generales rechazaron una propuesta tendiente a impedir la ruptura del proceso institucional acompañaba la versión del traslado de la presidente al sur del país en carácter de detenida. Concluía así un ciclo nefasto para la mirada purista del diario “una suerte de monarquía en la cual la viuda de un caudillo pretendió que el poder fuese un bien casi computable en el juicio sucesorio. Esta ambición femenina, propia de la reyecía del siglo XVIII, fue alentada por un pequeño grupo de amigos dispuesto a actuar como un núcleo empresario de las emociones populares atribuidas al eco del apellido convocante (editorial 25/3/1976).”
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Virtuosismo antipopular
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Ruptura del orden constitucional fue la máxima concesión semántica que desde los titulares de tapa hiciera el diario La Nación con el afán de eludir la expresión golpe de estado. Control operacional para La Prensa o la más audaz Intervención militar de La Opinión o el festivo Nuevo Gobierno de Clarín evidencian el favoritismo de los medios de prensa por la instancia castrense y el curioso velo que impedía asomarse a las consecuencias del acto sedicioso que se iniciaba. Desde los diarios, el periodismo no fue capaz de aventurar un pronóstico una vez traspuesto el límite de la legalidad. Pudo más el fastidio por ese gobierno que se aprestaba a dar pasos más decididos en dirección a un nuevo ciclo democrático, acortando plazos electorales y hasta poniendo la firma a las demandas militares en la lucha contra las formaciones guerrilleras (decretos de aniquilamiento), que el análisis equilibrado sobre las opciones políticas frente al desmanejo del ejecutivo.
Los diarios contribuyeron con eficacia, en virtud de su influencia en la opinión pública de entonces, al beneplácito o la resignación social por la irrupción militarista. Pero quizás la responsabilidad mayor es el menosprecio con el que atendieron a la dirigencia política y al andamiaje parlamentario, descartando cualquier opción por la vía de los mecanismos constitucionales.
Los tiempos cambian y las empresas también. Hoy La Razón es un vehículo comercial del grupo Clarín, en tanto el poderoso matutino Clarín dejó atrás ciertos principios economicistas y sus críticas se balancean al compás de los intereses que tiene como grupos económico dentro del país. La Prensa es casi un museo vivo del periodismo argentino, con escasa influencia en el actual vértigo informativo.
Pero el que se resiste al cambio y es fiel a su impronta conservadora es La Nación. Es cierto que muchos admiran esa coherencia editorial, que podría denominarse de golpismo auténtico y transparente que no siempre se encuentra en el periodismo opaco de la actualidad. Actor político de primer nivel, defensor de intereses inconfundibles, sin duda creíble para su lectorado, fiel a la letra escrita de la Constitución –no tanto al espíritu de algunos artículos que se alejan de los valores argentino-liberales que le dieran origen- es capaz de desempolvar vieja terminología golpista si las condiciones políticas le resultan incomódas, en particular a la hora de señalar errores de gobiernos peronistas. Bastaría con volcar algunos títulos recientes para sostener la anterior afirmación. Sería aún más ilustrativo ingresar en los editoriales o los comentarios de los columnistas políticos del diario que se dedican a golpear al actual presidente por sus defectos pero también por sus virtudes cuando anuncia medidas tendientes a amortiguar –ni siquiera rehabilitar- la caída de los sectores desfavorecidos por la estructura económica imperante. O mejor aún, recorrer todo el dispositivo comunicacional del diario, perseverante en cuanto a la temática, plagado de información y análisis que muestra a un presidente casi obsesionado por dominar a opositores y adeptos, listo para saltar sobre la norma constitucional y perpetuarse en el poder sin otras motivaciones. Y más todavía, con un elenco legislativo que solo aplaude las iniciativas presidenciales como si el régimen presidencialista fuese una aberración de estricto origen nacional y no una tendencia mundial que debilitó las estructuras parlamentarias, al margen de la crisis de representación que afecta a todos los países.
Así pueden leerse títulos sugerentes –seguimiento julio-octubre 2006- donde las apetencias hegemónicas de Kirchner serían comparables, en la extrema mirada del diario, al difunto Saddam Hussein en Irak. Intelectuales, columnistas del diario, columnistas invitados, entrevistas a personalidades extranjeras, comentarios de diarios del exterior y otras yerbas vienen como anillo al dedo para ilustrar el desmadre institucional. En títulos como “Las instituciones, ante un cóctel explosivo”; “Kirchner actúa como si él fuera un soberano”; “Confunde fortaleza con aislacionismo”; “La oposición, ¿no existe?”; “Napoleón y el poder”; “Los riesgos de gobernar a lo guapo”; “República declamada y república real”; “Los superpoderes serían permanentes”; “La oposición, en estado de alerta por la Constitución”; “El enigma de la democracia antidemocrática”; “¿Se propone Kirchner cambiar la Constitución?”, “El despertar de la conciencia republicana”; “Touraine habló del “populismo” de Kirchner”; “El aislamiento internacional de la Argentina”, todos de 2006, que parecen traer a la actualidad algunos vicios de 1976, rasgos de tradición golpista.
Lógicamente no se puede apelar hoy a la intervención salvadora de las fuerzas del orden porque estas se han subordinado al poder civil. Pero el ruido de los mercados puede ser tanto o más rudo que el de las armas y allí la prédica puede ser efectiva. Las inversiones no se subordinan a ningún civil y quieren garantías de rentabilidad aunque deban sacrificar cierta legitimidad en pos del beneficio y allí quizás, el veterano La Nación podría ofrecer los sofismas que den sustento a un nuevo orden económico.
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Fuentes consultadas
Díaz, César, La cuenta regresiva, La Crujía, Bs.As.2002.
Blaustein, Eduardo y Zubieta Martín, Decíamos ayer, Colihue, Bs.As. 1998.
Sidicaro, Ricardo, La política mirada desde arriba, Sudamericana, Bs.As., 1996.
Diarios La Opinión, La Nación, Clarín, La Razón y La Prensa, 1975-1976.